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Los deportes del corazón

  • sebastianmanga
  • 2 sept 2024
  • 4 Min. de lectura

Para nadie es un secreto que los deportes de resistencia están en su apogeo y, me da la impresión, ninguno otro como el running. Cada vez es más frecuente ver muñecas con relojes Polar, Garmin o Coros, personas cargando historias con sus registros en Strava, gente en pinta deportiva en miles de restaurantes e incluso cientos de personas corriendo por las noches en grupos como Midnight Runners o TNC Club.


En mi caso, mi primer contacto con estos deportes tuvo lugar en 2019, cuando entré a trabajar en una firma de abogados cuyo estresante ritmo, sumado a la inspiración de un gran amigo corredor, Andrés Ulloa, me hicieron entrar en la onda. La primera vez que corrí fue después de años de sedentarismo, en una ciclovía nocturna, cuando logré llegar de la 134 con 9 a la 72 con 7. Entonces no tenía reloj, mis tenis no eran adecuados y descubrí que tenía más fuerza en la cabeza que en el cuerpo. Naturalmente, terminé lesionado, sin saber que aquellas primeras sesiones de fisioterapia estaban lejos de ser las últimas.


Me dio, finalmente, la verdadera fiebre, acompañada de los gastos esenciales: me compré unos Asics Nimbus, un Garmin Fenix y unos audífonos inalámbricos, los Jabra Elite. También me metí a la carrera de Avianca y me dediqué a entrenar bajo la filosofía de que cada entrenamiento tenía que aumentar la velocidad para progresar, desconociendo que para correr más rápido hay que correr lento.


Mi amigo hacía triatlón, por lo que yo también me antojé, pero entonces no contaba con los recursos para comprar la bicicleta de ruta, por lo que estuve dedicado a correr hasta que llegó la pandemia y, habiendo recortado muchos gastos, me di el lujo de comprar mi primera bicicleta de ruta: una Optimus Cetus con destellos naranjas, que resultó no ser de mi talla porque la compré y negocié en la 68 sin saber ni siquiera qué era un tenedor o unos piñones. Desde luego que también me lesioné montándola, pues se me ocurrió que ir a Guatavita y hacer más de 120 km sin mayor experiencia era algo perfectamente sensato. Otra vez, la cabeza sobre el cuerpo.


Luego llegó la natación y el fortalecimiento, ambos con entrenadores personales a los que se sumaron un club de entrenamiento y un asesor en nutrición, dejándome casi todo el salario en ello, haciéndose evidente ahora que entonces encontré en el deporte una forma de evasión a distintas situaciones que me afectaban: estaba por graduarme de la universidad, con la ansiedad que me genera incluso hoy en día no saber a qué quiero dedicarme, mientras que en el plano sentimental estaba en una encrucijada por estar entre dos mujeres, sin dejar al margen que estaba encerrado en mi casa después de ser una persona adepta a la vida social (¿más evasión?). Al final, lo único que sobrevivió de esta etapa fue la consciencia de la importancia que tiene el deporte para generarnos bienestar, la bicicleta y algunos implementos de correr. Subí 12 kg, tras pesar 66 kg, cosa que menciono para que mis lectores dimensionen el grado de obsesión que tuve por el deporte... Pero también me llevé varios aprendizajes que, al final, son los protagonistas de esta entrada.


Lo primero es que tenemos una facilidad especial por idealizar los estilos de vida de diferentes personas, invisibilizando muchas veces todas las circunstancias que hay detrás de ellas. En mi caso, creo que pude jactarme de una disciplina férrea, de un abdominal marcado y de un estado de físico envidiable, pero al final no era más que una forma de evadir muchas cosas. En tal sentido, la gente me podía percibir como una persona funcional que, en el fondo, no era más que una persona con tendencia a la obsesión, llena de miedos, buscando evadirse pues la pandemia le quitó la habitual.


En segundo lugar, creo que también hay que entender qué es lo que nos motiva y gusta de las cosas; cuestionarnos desde dónde nos relacionamos con ellas para vivir más en coherencia y en autenticidad. Muchas personas deportistas, pienso yo, tienden a vincularse con el deporte como evasión, como una forma de alimentar su vanidad, o desde su personalidad ultra obsesiva con los resultados y la disciplina. Claro, tiene más valor hacerlo con el deporte que con la fiesta y la bebida, pero son dos extremos de una misma cuerda. En ese sentido, me remito a la reflexión inicial: es fundamental cuestionarse el fondo de las cosas.


En tercer lugar, me alegra mucho que tantas personas estén volcando su energía vital y su interés al deporte. Es difícil vivir en una sociedad como la colombiana, en que la fiesta y el trago son casi la única forma de socializar. Me gusta ver iniciativas como las integraciones de los clubes de corredores, pero también me llama la atención ver que el deporte también se vuelva un instrumento de vanidad y de ego. No en vano uno de los mayores dolores de los deportistas es una actividad no registrada en Strava, y la verdad no sorprende que así sea porque hoy en día todo está permeado por una interconexión que nos genera un constante afán por compartir todo e, inevitablemente, un afán por compararnos.


Finalmente, creo que al final los deportes del corazón son deportes muy presentes, incompatibles con el uso de dispositivos electrónicos que nos roban toda la atención y nos ayudan a evadirnos con mayor facilidad. Por eso quisiera alentar a todos a intentarlo, siendo críticos y auténticos, pues también son una forma de amaestrar nuestros pensamientos, nuestra capacidad de sobreponernos, y nos enseñan a tener una fortaleza mental que en ocasiones desconocemos, pero que en este tipo de actividades es fundamental porque muchas veces la meta parece imposible, el camino tortuoso, y aprendemos al final a resistir y adoptar una mejor versión de nosotros mismos... Como ocurre en la vida.

 
 
 

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